sábado, 15 de octubre de 2011

// Hoy voy a subir una pequeña historia que está inspirada en un pequeño texto que leí hace unos meses, también en un blog y me pareció muy profundo, solo que lo adaptaré a mi forma de pensar, espero que os guste //

BIP! Son las 7:05 de la mañana, como todos los días me levanto y voy a la cocina. Al entrar, la luz parpadea. Me preparo unas tostadas con mermelada y un café, no queda mucho pero me lo hago. En la ventana el camión de la basura está recogiendo el contenedor de enfrente, como siempre. Me levanto y me dirijo al cuarto de baño a lavarme los dientes y peinarme, se que es necesario, pero no me apetece en demasía. Al llegar al baño me paro enfrente del espejo buscando algún cambio en mi o en mi rutina; no lo hay, como siempre. Abro el bote de dentífrico y descubro que se ha acabado, tendré que comprar otro bote a la vuelta del trabajo. Salgo de mi casa en dirección al metro, pensando que ojalá mañana haya algún cambio en mi rutina, sé que puedo cambiarla cuando quiera, solo haciendo un pequeño esfuerzo: podría comprarme un helado de camino al trabajo, o tal vez pasar por el parque aunque diera un pequeño rodeo, pero no lo hago, como siempre.
 Llego a la estación del metro y le doy 20 céntimos al joven guitarrista que toca en la puerta del andén, es la única alegría que consigo en todo el día. Me siento en el tercer vagón, es el más cercano a la taquilla, nunca me ha gustado andar, así que opto por el primer asiento libre que veo. A mi lado se sienta la misma chica que todos los días, misma ropa, mismo peinado, mismo color de pintalabios; la saludo y me quedo absorto en mis pensamientos, como siempre. Paso el resto del día en los tramites de mi empresa, tengo una charla con mi jefe no muy alentadora, por lo demás nada es relevante, todo sigue igual, nadie me mira ni presta atención a mi persona. La oficina es un lugar de paso, probablemente me despidan pronto así que cuando se me presentan oportunidades para trabar amistad con alguien y romper de una vez esta asquerosa rutina no lo hago, como siempre; solo espero vanamente que alguna intervención divina o casual la rompa por mi, nunca me esfuerzo. Llego a casa y me acuesto, deseando ese cambio en mi vida, como siempre.

BIP! Son las 7:05 de la mañana, como todos los días me levanto y voy a la cocina. Al entrar, la luz parpadea. Me preparo unas tostadas con mermelada y un café, no queda mucho pero me lo hago. En la ventana el camión de la basura está recogiendo el contenedor de enfrente, como siempre.

2 comentarios:

  1. Gracias, es que me encantó la idea de que sino haces algo por cambiar, sino te esfuerzas por mucho que lo desees no va a pasar nada que hay que luchar por ello

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